martes, 13 de enero de 2009

La Oportunidad Perdida con Uribe

Por Germán Sarmiento* en Semana.com

OPINIÓN“En contra de la Politiquería y la Corrupción” ¿Alguien se acuerda todavía de esta gran bandera de Uribe?
Jueves 11 Diciembre 2008



Álvaro Uribe Vélez tuvo la oportunidad de guiar al país con hacía un futuro mejor que el que nos ofrece con una nueva reelección suya en el 2010. A pesar de que la “reelección” en el 2006 fue valorada como algo positivo, principalmente por los significativos avances militares logrados frente a las Farc, me temo que el estilo ligero, mediático y coyuntural del Presidente en el manejo de los problemas nacionales, comienza a pasarle factura al país.

Haber subestimado los efectos de una reforma tan trascendental como la reelección, para que el Presidente de turno se quedara por un período más, suponía un enorme compromiso político de aquel a quien se le confiara tal excepcionalidad, de administrar responsablemente la institucionalidad de la reforma y el poder sobre el Estado que la misma le daba. Por sus grandes implicaciones, la reelección era en naturaleza una reforma estructural y NO la modificación de un articulito y listo. Por lo tanto, ella debía servir al Estado y a la sociedad colombiana no sólo para poner en cintura a los grupos armados ilegales y rescatar al país de la honda crisis de violencia y seguridad en la que se encontraba, sino también para el fortalecimiento y ordenamiento de su política y su andamiaje institucional.

Colombia es un país que vive muchas crisis simultáneas -violencia, política, valores, institucional, derechos humanos, social, etc-, donde el agravamiento de una automáticamente enreda la solución de las otras. En aquel entonces también existía la necesidad urgente de romper con las viejas costumbres políticas, reivindicar la cultura de la legalidad, y fortificar la institucionalidad. Hoy, ante el calvario de la parapolítica, la yidispolítica, la DMG-política, el año entrante será la ?-política, de escándalos como el del Presidente del Congreso y el del hermano del señor Ministro del Interior, y los falsos positivos, la necesidad es mayor.

Sin embargo, durante el trámite de la reforma en el Congreso, se dieron razones como la de darle continuidad a políticas acertadas, el cuento de que la democracia colombiana estaba lo suficientemente madura, que la soportaba un electorado adulto, que la fortaleza de sus instituciones resistiría dinámicas de concentración del poder, y por supuesto, que el país no permitiría el endiosamiento de su primer mandatario. A menos de un mes de terminarse el 2008, poco más de dos años de iniciada su segunda administración, nada de lo anterior se corrobora. Si algo, la desinstitucionalización de las reglas de juego de nuestra frágil pero perseverante democracia se profundiza ante la desquiciada pretensión de permitirle a Uribe otros cuatro años más en el poder.

Tristemente, no veo cómo se volverá a presentar una oportunidad tan extraordinaria como la que Uribe tuvo de enderezarle al país su errático deambular. Precedido por dos gobiernos –Samper y Pastrana- que los colombianos aspiraban a olvidar, y con la impresión en el mundo y entre los mismos colombianos de Colombia ser un “Estado fallido” a punto de resquebrajarse, Uribe llega al poder en el 2002 acompañado de una combinación de mensajes, rasgos de liderazgo, habilidad política y acciones con la que se invierte la percepción.

Las banderas que agitó en contra de los violentos –en particular las Farc- y contra la politiquería y la corrupción, el modo independiente como alcanza la Presidencia de cara a unos partidos tradicionales completamente en bancarrota, y la contundencia del respaldo electoral a sus propuestas, soportaban la ilusión. De la misma manera, la determinación que demostró en sus primeros años por avanzar sobre sus 100 puntos de gobierno, su carisma, su don para conectar con la gente y comunicar sus ideas, así como su entrega y dedicación a sus funciones, permitían pensar en que era posible. Y como si fuera poco, por primera vez un Presidente contaba con el privilegio de gobernar al país por cuatro años más. Los colombianos necesitábamos creer, y la oportunidad parecía dada.

Pero como dice el dicho, lo que comienza mal, termina mal. Y con la reelección, las cosas comenzaron mal desde su concepción. Desafortunadamente para esta reforma, tan aclamada por la mayoría, su gestación tiene lugar entre Yidis y Teodolindos, parapolíticos, despilfarro de embajadas y consulados, o en sumatoria, gracias a una irresistible poción afrodisiaca de clientelismo y politiquería. Cuando con el trámite de la reelección en el Congreso, Uribe cede al chantaje de sus mayorías, acolitando y haciendo parte de las mismas costumbres políticas que como candidato juró combatir; en ese momento, sentenció su punto de no regreso. Inmoló su independencia frente a la clase política, y en el camino empeñó hasta la última gota de autoridad moral para batallar en contra de la politiquería y la corrupción. Fue ahí, que se hirió de muerte la ilusión. Y desafortunado para Uribe como para el país, frente a aquella embrujadora poción, claramente no ha habido antídoto que despierte al Presidente como tampoco al país.

“En contra de la Politiquería y la Corrupción”

¿Alguien se acuerda todavía de esta gran bandera de Uribe? Nunca se volvió a enarbolar.

Pareciera que la realidad pudo más que el sueño y las promesas electorales. Decirlo es ciertamente más fácil que hacerlo. Sin embargo, para lograrlo se necesita de constancia, de disciplina y de sacrificio en lo político; se requiere apostarle el todo por el todo y a que el “todo vale” se condena, que el atajo no es la vía, y que el fin no justifica los medios. Porque la dura realidad es que los medios perversos inevitablemente nos corrompen el fin.

Colombia perdió una oportunidad única.

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