viernes, 24 de abril de 2009

“La apuesta es ser Presidente”: ¿Porqué no ________ en el 2010?"




Si algo confirma el arribo de Uribe al poder en el 2002, siendo un total desconocido para gran parte del país, pero coherente y centrado en sus principales mensajes desde el día uno de su campaña, es que en la política no existe lo imposible; todo puede pasar. Asimismo, su victoria también comprobó que a pesar del innegable peso de las maquinarias en la política colombiana, éstas no están exentas de ser derrotadas. En el 2002 el voto de opinión fue el que mayoritariamente le dio la presidencia a Álvaro Uribe Vélez.

Uribe llegó al poder al margen de los partidos tradicionales, como un independiente –disidente del partido liberal-, duro con las FARC, pero también duro e insistente con su hoy devaluado NO a la politiquería y a la corrupción. Favorablemente, su plataforma de campaña encontró, en el contexto generalizado de violencia por el que atravesaba el país y los constantes agravios de las FARC al proceso de paz del Caguán, su más efectiva caja de resonancia. Por su parte, el desgaste histórico de los dos partidos tradicionales, trajo fortaleza a su mensaje. Pasaron los días, se acercaba el día de la elección, y este se hizo cada vez más pertinente, creíble y penetrante. El resultado es bien sabido por todos. Los colombianos le cogieron la caña, y votaron masivamente por él. Ni siquiera necesitó de una segunda vuelta. Ganó en la primera con el 53% de los votos.

Nunca como en aquel 2002 había sido tan clara la depreciación de los dos partidos tradicionales. Hoy, pasados 7 años, las opciones que ofrece el actual sistema de partidos no lucen nada mejor.

Visiblemente, la incertidumbre generada por la indecisión premeditada del Presidente de si aspira o no a un tercer mandato, ha llevado a que los partidos y sus potenciales candidatos entren en una dinámica electoral donde el cálculo prima, las agendas personales se pronuncian, las diferencias de criterio entre copartidarios se ventilan públicamente, las plataformas programáticas se tratan como poca cosa, y al cabo, la cohesión de los partidos se quiebra. Así es. Movimientos motivados por cálculos electorales y ambiciones personales, y que en su gran mayoría se forjan a partir de la estéril y polarizante dialéctica de Uribismo vs. Antiuribismo, dominan el momento político actual.

Se encuentra Colombia ante un fenómeno político de polarización que sistemáticamente actúa desviando los extremos más y más el uno del otro. Donde la descalificación del otro se exacerba y todo pensamiento distinto al mío se desecha. El debate se simplifica, el prisma a través del cual se observa la realidad pierde toda capacidad de distinguir colores, de ver matices. O se ve negro o se ve blanco, pero nunca gris. Contradictor equivale a enemigo. Unos defienden lo que se tiene apasionadamente, sin autocrítica, con soberbia, mientras que los otros, sólo piensan en hacer borrón y cuenta nueva, en refundar todo lo que ya existe, igualmente sin autocrítica pero con idéntica soberbia. No hay cabida para el examen objetivo de las cosas. Capturados por el fenómeno, nuestros actores políticos, desdeñan las lecciones de nuestra historia, y hacen caso omiso de accidentadas aventuras regionales.

Este es el cuadro. Desafortunado, pero son las opciones que ofrecen los partidos constituidos –Polo Democrático Alternativo, Liberales, Conservadores, y Uribistas- para el 2010. Y no sólo eso. El posicionamiento de estos partidos y sus candidatos de cara a las elecciones será tan incierto, que las opciones se harán incluso más difusas. Demasiadas son las variables, y demasiados los posibles efectos dependiendo de la dirección que tomen ciertas decisiones y eventos. La principal de todas, indudablemente si hay o no reelección. Pero enseguida, se vislumbra un sinnúmero de posibles situaciones que no podrán desestimarse. ¿Se irán definitivamente Lucho y Petro del Polo? ¿Dará Santos otro gran golpe a las FARC entre hoy y el día de su renuncia? ¿Se apartará Vargas Lleras definitivamente de Uribe? ¿Será la bendición de Uribe a Uribito el disparador de una inesperada, y para muchos, inconcebible alianza entre Vargas Lleras y Juan Manuel Santos, o incluso el retorno de uno u otro al liberalismo? ¿Cómo enfrentará el liberalismo la posibilidad de una eventual victoria de Piedad Córdoba en su consulta interna? La lista de preguntas es larga y abrumadora. La escasez de propuestas, francamente desoladora. Parte el alma.


Y sin embargo, dicen que de toda situación o crisis nace una oportunidad.

La de este pasaje, creo yo, atesorada en el hecho de que por los mismos efectos de la polarización, algunos de los políticos más importantes de origen y/o vocación independiente que ha tenido el país, están hoy sin casa, y hoy más que nunca son independientes. Bien porque así construyeron sus trayectorias, y como tal, así prefirieron sobrevivir, o bien porque eligieron alejarse del sinsentido de las opciones que hoy toman sus antiguos copartidarios, y de la amargura que convivir con sus prácticas y conductas les causa.

Es en este panorama, bajo una fórmula que recoja a este grupo de probados y curtidos políticos independientes, desde donde creo que se puede gestar la materialización de una opción alternativa. Una opción que refresque el debate para plantearlo en términos serios, en términos de propuestas. Por fuera de la infértil y destructiva lógica de los unos contra los otros. Con espacio para que quienes le apuestan a una manera limpia y decente de hacer política, sean de izquierda, centro o derecha, construyan espacios comunes. Sin ambigüedades. De cara a los problemas del país.

Por eso, esta es la oportunidad de aquellos que han osado desafiar la putrefacta tesis que insiste que sin maquinaria y clientelismo es imposible ganar, y quisieran hacerlo otra vez. La de quienes han creído y ejercido la política con pragmatismo, pero con idealismo al mismo tiempo. La oportunidad de aquellos que entraron a la arena pública bajo la profunda convicción de querer transformar y mejorar lo que ya existe. De individuos que bregaron por renovar los códigos de convivencia de nuestros ciudadanos por medio de pedagogía y educación, y la imaginación creativa de por ejemplo un mimo. También a través de bibliotecas, extraordinarios colegios públicos, ciclo-rutas, así como parques, espacios y eventos recreativos públicos para que todos pudiéramos disfrutar y sentirnos parte de lo mismo. De realizadores de promesas prácticas y revolucionarias en materia de transporte masivo. Es la oportunidad de los arquitectos de una Bogotá por la cual el país entero siente orgullo, pero que hoy por hoy, nos duele verla tropezar. De aquel que integró al proyecto de ciudad un enfoque con mayor conciencia social.

Es la oportunidad de aquellos que estuvieron su vida entera en la oposición, pero tuvieron el honor de fortalecer nuestra democracia cuando a través de ella conquistaron el poder, y entendieron que gobierno es representar a todos, y no sólo a los suyos. Es una oportunidad para aquel que dejó las armas para jugársela toda por la democracia. Definitivamente para los que sacrificaron su pertenencia a un partido ante la locura desatada por esta guerra fría de Uribistas y Antiuribistas y la bendita reelección. Y de quienes no resistieron tanto mesianismo, reeleccionismo y populismo, y se apartaron de Uribe a pesar de que por varios años batallaron con convicción a su lado. Es también la de aquellos que sufrieron reveses electorales ayer y hoy se encuentran al margen, pero esperan y saben que se merecen una nueva oportunidad.

Es ciertamente la oportunidad de personas que han sabido reconocer los aciertos de la Seguridad Democrática, pero que bajo la luz de los falsos positivos, las chuzadas, la infamia del DAS, y otras grietas de la política, tendrán el valor no sólo de señalarlas, pero además de hacerlo con el compromiso de proponer con ideas, propuestas claras para enmendarla y fortalecerla. Y urgentemente, la de quienes entienden que la guerra contra la ilegalidad y los grupos armados hay que darla sobre la base del fortalecimiento de nuestra actual constitución. No su debilitamiento.

Es el momento de personas que nos comunicarán con responsabilidad y franqueza por ejemplo sobre el inevitable impacto que tendrá y ya viene teniendo en nuestra economía la actual crisis financiera. Insólito. El mundo entero enfrentado a la peor crisis económica desde la Gran Depresión y la atención del país centrada, casi exclusivamente, en esta nueva peripecia reeleccionista. ¿Economía “blindada”? ¿La colombiana? Eso le decían poco tiempo atrás al país. Hoy, ante cifras implacables sobre la desaceleración de las exportaciones, y caídas en la tasa de empleo y producción industrial, esas mismas personas suplican “preservar la confianza”.

Es por todo esto y más, que se ratifica el inmenso valor que para nuestra sociedad tiene este grupo de personas. Porque a lo largo de sus carreras nos han invitado a pensar por fuera de lo aceptado y lo mediocre, y porque sus estándares no son los que impone un molde o la costumbre. Y sin embargo, sólo uno de ellos podrá ser presidente. Algo realizable y verosímil, sólo si en un punto atinado de este largo y difícil trayecto electoral, otros sacrifican sus aspiraciones para respaldarlo, y entregarlo todo a la construcción de esta iniciativa. Por supuesto, reconociendo quienes así lo hagan, que en el avance de esa candidatura no sólo se recogerá y reflejará el talento, los principios y la energía de todos, pero asimismo, el sueño que los une.

Me podré equivocar, pero creo que esa persona es Sergio Fajardo. Por su obra como alcalde de Medellín. Por sus mensajes. Por ese reto que se ha impuesto de demostrar que tiene las “condiciones para el liderazgo moral de Colombia.” Por su momento actual. Y necesariamente, porque de tiempo atrás, a pesar de que lo ridiculizaran o lo tildaran de quijote, se decidió a fondo, sin cálculos de reelección y Uribe de por medio, a recorrerse el país hasta alcanzar su meta. Ser presidente de Colombia en el 2010.

Los votos de las maquinarias se encuentran prácticamente contados y comprometidos. La fórmula del voto de opinión, aunque no obliga, y por lo tanto no es garantía de nada, tiene sí, sobre los elementos de la inspiración, la persuasión y la convocatoria el potencial de generar una verdadera bola de nieve. Este efecto es bien conocido por este grupo de personas. Sus éxitos electorales fueron fruto de este. Igual que Uribe en el 2002. Igual que Obama en el 2008. ¿Y entonces, por qué no Fajardo en el 2010?



Postdata: “Los "del medio" pueden provenir de distintas clases sociales, partidos políticos, corrientes ideológicas, movimientos cívicos, comunidades religiosas, organizaciones no gubernamentales, asociaciones regionales y personalidades públicas. Los "del medio" pueden estar tanto en el Estado como en la sociedad, en el gobierno como en la oposición, en las esferas intelectuales como en los medios de comunicación. Ahora bien, resulta indispensable que se movilicen mucho y bien, en particular en coyunturas de potencial polarización espontánea o urdida.”

Juan Gabriel Tokatlián

martes, 13 de enero de 2009

La Oportunidad Perdida con Uribe

Por Germán Sarmiento* en Semana.com

OPINIÓN“En contra de la Politiquería y la Corrupción” ¿Alguien se acuerda todavía de esta gran bandera de Uribe?
Jueves 11 Diciembre 2008



Álvaro Uribe Vélez tuvo la oportunidad de guiar al país con hacía un futuro mejor que el que nos ofrece con una nueva reelección suya en el 2010. A pesar de que la “reelección” en el 2006 fue valorada como algo positivo, principalmente por los significativos avances militares logrados frente a las Farc, me temo que el estilo ligero, mediático y coyuntural del Presidente en el manejo de los problemas nacionales, comienza a pasarle factura al país.

Haber subestimado los efectos de una reforma tan trascendental como la reelección, para que el Presidente de turno se quedara por un período más, suponía un enorme compromiso político de aquel a quien se le confiara tal excepcionalidad, de administrar responsablemente la institucionalidad de la reforma y el poder sobre el Estado que la misma le daba. Por sus grandes implicaciones, la reelección era en naturaleza una reforma estructural y NO la modificación de un articulito y listo. Por lo tanto, ella debía servir al Estado y a la sociedad colombiana no sólo para poner en cintura a los grupos armados ilegales y rescatar al país de la honda crisis de violencia y seguridad en la que se encontraba, sino también para el fortalecimiento y ordenamiento de su política y su andamiaje institucional.

Colombia es un país que vive muchas crisis simultáneas -violencia, política, valores, institucional, derechos humanos, social, etc-, donde el agravamiento de una automáticamente enreda la solución de las otras. En aquel entonces también existía la necesidad urgente de romper con las viejas costumbres políticas, reivindicar la cultura de la legalidad, y fortificar la institucionalidad. Hoy, ante el calvario de la parapolítica, la yidispolítica, la DMG-política, el año entrante será la ?-política, de escándalos como el del Presidente del Congreso y el del hermano del señor Ministro del Interior, y los falsos positivos, la necesidad es mayor.

Sin embargo, durante el trámite de la reforma en el Congreso, se dieron razones como la de darle continuidad a políticas acertadas, el cuento de que la democracia colombiana estaba lo suficientemente madura, que la soportaba un electorado adulto, que la fortaleza de sus instituciones resistiría dinámicas de concentración del poder, y por supuesto, que el país no permitiría el endiosamiento de su primer mandatario. A menos de un mes de terminarse el 2008, poco más de dos años de iniciada su segunda administración, nada de lo anterior se corrobora. Si algo, la desinstitucionalización de las reglas de juego de nuestra frágil pero perseverante democracia se profundiza ante la desquiciada pretensión de permitirle a Uribe otros cuatro años más en el poder.

Tristemente, no veo cómo se volverá a presentar una oportunidad tan extraordinaria como la que Uribe tuvo de enderezarle al país su errático deambular. Precedido por dos gobiernos –Samper y Pastrana- que los colombianos aspiraban a olvidar, y con la impresión en el mundo y entre los mismos colombianos de Colombia ser un “Estado fallido” a punto de resquebrajarse, Uribe llega al poder en el 2002 acompañado de una combinación de mensajes, rasgos de liderazgo, habilidad política y acciones con la que se invierte la percepción.

Las banderas que agitó en contra de los violentos –en particular las Farc- y contra la politiquería y la corrupción, el modo independiente como alcanza la Presidencia de cara a unos partidos tradicionales completamente en bancarrota, y la contundencia del respaldo electoral a sus propuestas, soportaban la ilusión. De la misma manera, la determinación que demostró en sus primeros años por avanzar sobre sus 100 puntos de gobierno, su carisma, su don para conectar con la gente y comunicar sus ideas, así como su entrega y dedicación a sus funciones, permitían pensar en que era posible. Y como si fuera poco, por primera vez un Presidente contaba con el privilegio de gobernar al país por cuatro años más. Los colombianos necesitábamos creer, y la oportunidad parecía dada.

Pero como dice el dicho, lo que comienza mal, termina mal. Y con la reelección, las cosas comenzaron mal desde su concepción. Desafortunadamente para esta reforma, tan aclamada por la mayoría, su gestación tiene lugar entre Yidis y Teodolindos, parapolíticos, despilfarro de embajadas y consulados, o en sumatoria, gracias a una irresistible poción afrodisiaca de clientelismo y politiquería. Cuando con el trámite de la reelección en el Congreso, Uribe cede al chantaje de sus mayorías, acolitando y haciendo parte de las mismas costumbres políticas que como candidato juró combatir; en ese momento, sentenció su punto de no regreso. Inmoló su independencia frente a la clase política, y en el camino empeñó hasta la última gota de autoridad moral para batallar en contra de la politiquería y la corrupción. Fue ahí, que se hirió de muerte la ilusión. Y desafortunado para Uribe como para el país, frente a aquella embrujadora poción, claramente no ha habido antídoto que despierte al Presidente como tampoco al país.

“En contra de la Politiquería y la Corrupción”

¿Alguien se acuerda todavía de esta gran bandera de Uribe? Nunca se volvió a enarbolar.

Pareciera que la realidad pudo más que el sueño y las promesas electorales. Decirlo es ciertamente más fácil que hacerlo. Sin embargo, para lograrlo se necesita de constancia, de disciplina y de sacrificio en lo político; se requiere apostarle el todo por el todo y a que el “todo vale” se condena, que el atajo no es la vía, y que el fin no justifica los medios. Porque la dura realidad es que los medios perversos inevitablemente nos corrompen el fin.

Colombia perdió una oportunidad única.